Ediciones Uñum Hue (lugar de pájaros)

Ediciones Uñum Hue (lugar de pájaros)

viernes, 30 de diciembre de 2016

Un anticipo de mi próximo libro de cuentos y relatos que editaré próximamente:

URDIMBRES Y SESGOS

LOS CUERPOS

La banda toca ritmos conocidos, los más populares de cada década, desde los cuarenta hasta la actualidad. Entre ellos están The Beatles, The Mammas and the Papas, Abba, Madonna, Elvis Presley, suena Guantanamera, algunos valses a pedido. Las parejas se van animando. Grupos de mujeres solas observan la escena. Esperan la cortés invitación de algún valiente para salir y desplegar sus habilidades. Pocas tienen esa suerte. Algunas no se amilanan, copan la pista con amigas, reconcentradas en “córeos” contundentes, espontáneas.
Todos bailan con alegría en el ferry que atraviesa el mar Báltico desde el puerto de Estocolmo hasta Helsinki. Los cuerpos se sacuden sin pudor. Cada uno siente la música a su manera y así lo expresa. Dos mujeres jóvenes, no muy agraciadas, bailan sin descanso. Una de ellas, con vestido strapless negro, de brillos, y sandalias. Cada tanto se acomoda el corsé que se le desliza hacia abajo y sigue en un frenesí autista. Ensaya pasos enérgicos en actitud de exacerbada autoafirmación. Gira embelesada sin reparar en sus kilos de más. Se siente estrella y ocupa el centro de la pista. Aquí estoy yo, no me amilano, me exhibo, mírenme, lo hago bien, soy un huracán de ritmo y firmeza, parece decirse y decirnos a los presentes. Su amiga la secunda, tímida, sin las aptitudes ni la determinación de la anterior. La sigue como una mascota que intenta agradar a su dueña: ella es la que sabe, yo hago lo que puedo, tengo el honor de su compañía, se dice convencida.
El resto de los bailarines se muestra lo mejor que puede. El huracán los esquiva y va zigzagueando por toda la pista. No mira, se mira, segura de que todos los ojos confluyen en su figura. Sí, es cierto, de vez en cuando sucede que la miran, como a un caso extraño, como a una patología danzante. A ella sólo le importan sus propios pensamientos, su imagen de sí misma, su fantasía de estrella arrolladora.
Una pareja de mediana edad baila todos los ritmos con un único paso de vals rural, a zancadas. Otra no atina con el ritmo y se sacude con espasmos de alegría. Varios niños surcan la pista persiguiendo los spots de colores que bailan sobre el piso. Ensayan algunos saltos de cabras, retozan, se hacen zancadillas o se trenzan en luchas que simulan ser danzas hasta que sus padres los apartan. Unas niñas bailan con precisión los pasos de los éxitos televisivos del momento.

Una anciana, recientemente operada de cadera, ingresa a la pista con su andador y mueve lo que puede. Su compañero oficia de poste, sin ritmo ni movilidad. Mira de soslayo a una joven china que baila sola, con movimientos minimalistas.  Una pareja de jóvenes ucranianos despliega energía y creatividad a lo largo y a lo ancho de la pista. Otra, más madura, con ropa y modos cool se mueve con refinamiento. Ella se desliza cual garza y él mira de reojo todos los traseros posibles que se menean en la pista. Dos muchachas solteras le bailan alrededor con el deseo de poner nerviosa a su esbelta compañera y ganarse el trofeo mirador.

De pronto aparecen los carteles de protección al menor en las pantallas y los padres retiran a sus niños de la disco del ferry.
Un hombre entra a la pista con intención de pescar algo. Tres señoras mayores que ignoran el decoro propio de su edad, lo rodean, se lo rifan. Una de ellas, con vestigios de haber sido bella en su juventud, baila con él, lo abraza, lo besa mientras sacude su cuerpo delgado, enfundado en un vestido mini, blanco, de broderie por el cual se trasluce su ropa interior negra. Él le acaricia las nalgas como al pasar, ella sonríe encantada, sin importarle que no pueda seguir el ritmo ni por asomo.
Una pareja de cuarenta largos aborda la pista con decisión, realizan coreografías estudiadas y archi-ejercitadas en clases de ballroom. Hacen su pequeño show con elegancia, con gestos y mohines, como viejos camaradas que se las saben todas. A su alrededor pasa el torbellino de la noche con su vestido strapless, con sus pasos firmes y estudiadamente sexies.

Todos destilan alegría y desparpajo. La música invita. Se ejercitan pasos. Se suman más parejas. La noche se hace eterna dentro de la disco del ferry que es un cocktail de rugidos de motores, de risas, de babélicas charlas y tintineos de hielo en las copas.
Los hombres solos, en la barra, toman cerveza, whisky, vodka, tragos. Sopesan las virtudes físicas de las mujeres y la posibilidad de ganarse a alguna durante la velada. La banda hace su cuarta entrada después del descanso reglamentario de quince minutos. Los motores, retumban debajo de la pista. El mar Báltico mece, acuna la nave. Es verano y la noche tiene luz propia. El sol de medianoche ilumina la jornada interminable que culminará en Helsinki.

A la mañana siguiente, el capitán anuncia el arribo. Todos se aprestan apurados. Confluyen en la puerta de salida ubicada en el sexto piso. Adormilados, no se reconocen. Lo de anoche sólo fueron exabruptos, piensan. Bostezan, cruzan la puerta, bajan las rampas arrastrando sus equipajes. Al emerger del puerto, cruzan el empedrado y hacen cola para esperar el tranvía número cinco mientras miran azorados los ilegibles carteles en idioma finlandés.

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